EL DOLOR, UNA ALARMA FÍSICA Y EMOCIONAL

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No hay dolor. Ésta es la consigna que muchas personas tratan de alcanzar sin ser conscientes de las importantes señales que el dolor nos envía.

El dolor es una sensación desencadenada por el sistema nervioso, una percepción, una experiencia sensorial, y por lo tanto de carácter subjetivo. No obstante, este fenómeno tiene un componente fisiológico que lo desencadena, que lo hace real, medible y perceptible, y un componente emocional, que lo aumenta, lo inhibe o lo acelera. Alteraciones orgánicas también pueden interferir en la percepción del dolor.

Para entender un proceso sensitivo tan complejo, es conveniente entender cómo el cuerpo procesa este tipo de estímulos y cuáles son sus vías de percepción. Es importante que un especialista nos enseñe la importancia de conocer el funcionamiento de nuestro cuerpo y sus sistemas, para poder interpretar sus signos de alarma. En cada proceso doloroso debemos conseguir diferenciar estos dos componentes para determinar la influencia que tienen y poder abordarlo más eficazmente.

Para entender el dolor como un signo de alarma, tanto en el deporte como en la vida cotidiana, también debemos comprender su naturaleza subjetiva. Esto se debe a que ese impulso nervioso doloroso que envía la información nociceptiva a niveles superiores que hacen consciente la sensación de dolor, activa una serie de áreas cerebrales llamadas áreas de asociación. Es decir, nuestro cerebro recibe un estímulo que le informa de que nuestro organismo está en peligro o ha sufrido alguna lesión, y en base a la asociación con diferentes áreas cerebrales, traducimos este proceso en una percepción final concreta. Esta sensación dolorosa llevará por tanto asociada una serie de elementos emocionales.

Explicadas las vías de percepción y su componente orgánico y emocional, veremos cómo de importante es entender el dolor que sentimos para actuar correctamente.

En la mayoría de ocasiones, ante un dolor con causa orgánica determinada, contamos con un tratamiento que lo solucione y unas pautas que mantengan a raya esa molestia tan limitante. Pero ante este tipo de dolencias, muchas veces nos encontramos con una interferencia emocional que altera nuestra percepción e incluso modifica nuestro comportamiento ayudando a desencadenar el proceso doloroso. ¿Esto quiere decir que nosotros mismos provocamos nuestro dolor? En cierto modo, a veces sí.

Es habitual encontrarse con personas que presentan constantemente dolores o molestias. Tras reiteradas valoraciones por diferentes especialistas, no presentan lesión aparente ni desajustes que justifiquen su intensidad o su duración. Aún así, su actividad cotidiana se ve muy afectada. No voy a ser yo quien diga que la causa orgánica de sus dolores no existe, porque el dolor siempre es real. El dolor siempre duele. Lo que sí que es habitual encontrarse es un componente emocional muy importante que termina amplificando y alargando la sensación dolorosa. Esto se debe muchas veces a miedos ante determinados retos, o ante posibles lesiones. Es frecuente que una primera molestia por una simple sobrecarga muscular desencadene una atención constante a la zona afectada que nos engañe, percibiendo constantemente esa zona con mayor sensibilidad. La falta de motivación, o de confianza, también suelen ser motivo de mayor implicación del componente emocional ante un dolor.

No obstante, esto no quiere decir que tengamos que quitar importancia a lo que nos duele, nunca. Pues cuando hay dolor es que algo pasa. Lo importante es aprender a comprender esas sensaciones. Es recomendable que un especialista nos explique cuándo son normales, lo que pueden indicar nuestros dolores, cómo prevenir las lesiones asociadas a nuestra actividad, qué estrategias o herramientas nos pueden ayudar, etc. Y tener en cuenta ese componente emocional al que no solemos prestar atención. El problema se suele arreglar eliminando la causa orgánica, y entendiendo la influencia que nuestras emociones tienen en ese momento. Está comprobado que la tristeza aumenta la percepción dolorosa y la alegría o un shock emocional muy fuerte la inhiben. Todas las emociones influyen en la activación tanto neuronal como de las diferentes áreas asociativas.

También es importante tener en cuenta que nuestra alimentación o la medicación que podamos estar tomando, ya que puede influir en nuestra percepción dolorosa. Por ejemplo, el glutamato es uno de los principales neurotransmisores nociceptivos, componente de muchísimos alimentos procesados hoy en día. Se cree que es uno de los desencadenantes de diferentes dolores crónicos.

Aprendamos a conocer nuestro cuerpo y sus signos de alarma.