Para poder decir algo sobre el tema de las adicciones tendremos que establecer a qué llamamos adicciones en la actualidad, ya que las mismas, como fenómeno humano propiamente dicho han evolucionado de forma tal que muchas veces nos cuenta ponernos de acuerdo no solo en su naturaleza, sino en las consecuencias que tiene para el sujeto que las sufre (adicción a la cocaína y al móvil, adicción al juego, a Internet, etc.).
Antes que nada quiero establecer que como cualquier otro síntoma, éste representa el malestar psíquico de un sujeto que lo vive como tal en el momento en que asume que le pertenece y que al mismo tiempo no controla, algo del síntoma está fuera de su manejo conciente. Muchas veces el sujeto no lo asume como tal, hasta que llega a un punto de quiebre.
Adicciones al juego, a las drogas, al alcohol, a los fármacos, etc., son habituales en la vida cotidiana de muchas personas, cada vez más en la sociedad española que alcanza los índices más elevados en el mundo respecto a estas prácticas. Por lo cual una pregunta es, qué sucede con una sociedad en la cual es cada día más necesario que la cocaína, el móvil, el ansiolítico etc., estén presentes para soportar lo cotidiano.
Partamos de la base que una sociedad de consumo es aquella que pretende ofrecer al sujeto objetos que sustituyan cualquier clase de frustración, si nos sentimos mal por un acontecimiento que nos entristece parece que “no hay nada mejor que ir de compras”. Algo similar ocurre con las otras formas de adicción. El sujeto queda atrapado a una lógica en la cual un objeto viene a “sustituir” otro que no se puede alcanzar o se ha perdido, y no está dispuesto a “elaborar o resignar”, debe ser sustituido de inmediato, no tenemos tiempo para detenernos a procesar nada, el vacío es lo insoportable.
Las consecuencias son graves, no solo por los daños propios de un consumo irresponsable, sino que además el sujeto pierde o empobrece su capacidad de construir un decir sobre su malestar, un recurso simbólico y afectivo, que le de un lugar adecuado a sus situaciones de vida. El sujeto se convierte día a día en una persona más infantil, que tolera poco la frustración, estableciendo por tanto relaciones de dependencia con el Otro. El lazo social se empobrece, creando situaciones de frustración mayores que nuevamente le precipitan hacia la adicción, es un circuito que el adicto no deja de repetir.
El sujeto adicto por tanto se refugia en el consumo del objeto (sustancias u otros objetos) que sustituye aquello que no puede tolerar, o sea, ese vacío propio de lo humano, ya que lo humano se caracteriza por mantener siempre un vacío fundamental, aquel que lleva a que el sujeto desee. El adicto no puede tolerar esto y en vez de ser su deseo el que lo oriente en un futuro, será el objeto adictivo lo que obture al deseo, anule la capacidad de producir opciones de vida más provechosas que la dependencia.
La dependencia del adicto no es sólo al objeto que consume, es una dependencia al Otro, al que no puede dejar de ver como completo, más adecuado al tiempo de la primera infancia en la cual los padres lo eran “todo”. Es por esto que hay algo de este orden que debe ser “reconducido” por el sujeto adicto, ya que de lo contrario la dependencia puede cambiar de objetos o moderarse bajo el control de algún tipo de dispositivo institucional (asociaciones, tratamientos alternativos, etc.), pero lo que no cambia es la dependencia subjetiva al Otro.
Cómo hacer que el sujeto que padece las adicciones se haga cargo de esa falta en ser o de ese vacío, es el tema que debe el tratamiento orientar, para ganar el sujeto en autonomía en relación a su adicción, ya que todos los proyectos vitales de un sujeto son formas en las cuales su deseo crea modos de hacer con la falta. Es esto lo que en las adicciones no funciona, aunque se presente exactamente como lo contrario, como la posibilidad de alcanzar un bienestar absoluto o por lo menos “controlable”, en realidad es más bien causa de fracasos y frustraciones permanentes.
La adicción por lo tanto hace creer al sujeto que es una salida o un manejo del malestar, cuando en realidad esa pura apariencia solo remite al sujeto a un mayor alejamiento de sus otros, su entorno familiar y social, el bienestar prometido es al precio de alejarse de la posibilidad de un contacto real y estable con sus semejantes, lo cual muchas veces redunda en situaciones dramáticas. Los vínculos no solo son de dependencia, sino que están marcados por la inestabilidad y fragilidad, el sujeto no termina de “entrar” en la relación con los otros, y vuelve a buscar la respuesta en el consumo de tipo adictivo.
Pensemos que a diferencia de lo que pueden ser síntomas en el sentido de una expresión de un deseo inconsciente no resuelto que debe ser interpretado, en el caso de las adicciones se trata para el sujeto de un vacío a cubrir directamente, pero no relacionado con una falta “en ser”, sino que lo que hay es una inconsistencia más radical que produce angustia y por lo tanto le precipita hacia la adicción, no puede tolerar ese vacío radical y debe “cubrirse” con el objeto adictivo, se va hacia lo más pulsional.
Entre los dispositivos actuales que encontramos a la hora de abordar el tema se puede decir que los hay de 3 orientaciones en general.
-Unos que apuestan a que el sujeto se encuentre en un contexto en el que es nombrado por su trastorno, son los llamados grupos mono-sintomáticos, en los cuales a partir de ser nombrado de esta forma (toxicómano, ludópata, alcohólico, etc.) el sujeto acepta un control permanente en relación con un ideal planteado por el grupo al cual debe llegar cumpliendo con una serie de deberes o pautas establecidos por quienes ejercen la dirección de la cura. Estas pautas apuntan a todo aquello relacionado con la adicción, ya que se realizan en nombre de un ideal que deben compartir todos los miembros del grupo mono-sintomático.
-La segunda orientación terapéutica apunta más a un control institucional de la adicción, especialmente ofreciendo otros objetos a los cuales acceder, pero bajo control del especialista, por ejemplo se sustituye una droga ilegal (heroína) por Metadona. Con esto se logra un control que intenta regular el lazo social ya que al ser inscripto como adicto bajo este tipo de control hay un Otro que lo controla. Hay por lo tanto otro objeto, aceptable socialmente que viene a cubrir también el vacío. En el caso anterior es el grupo el que se hace cargo de cubrirla por él, y en el segundo es directamente otro objeto.
-La clínica psicoanalítica propone que el sujeto adicto (es la tercera orientación que planteo) pueda desligarse de su “ser adicto” como rasgo identificatorio, para poder sí enfrentarse y hacer otra cosa con ese vacío, fundamento para el lazo social, (¿qué sino la falta nos hace ir hacia el otro?).
Se trata de preservar al sujeto de su malestar ayudándolo a hacerse responsable, a través de la palabra, de sus actos, actuando sobre la raíz, no solo sobre los efectos. Decimos a través de la palabra ya que lo simbólico es aquí lo que no está funcionando adecuadamente para restablecer un lazo social adecuado.
Normalmente se piensa en los actos del adicto y lo que no se considera es la dificultad del adicto para darle un sentido coherente a su vida. La responsabilidad con él mismo y con los suyos está generalmente afectada. Dificultades para con la responsabilidad laboral, estudios, familiares, etc., muchas veces expresadas a través de pasajes al acto graves, que nos dicen de un aspecto mortífero desatado, hacia el otro y hacia su propia persona. Violencia, consumo compulsivo, deterioro de los vínculos sociales, etc., son algunos de los problemas con los que el adicto y su entorno se tienen que ver a diario.
Por supuesto que también se observan las situaciones de altibajos emocionales, grandes peleas son seguidas de iguales reconciliaciones, que forman parte de la misma dificultad de relacionarse en forma estable. Las relaciones de pareja se vuelven muy conflictivas y no es extraño observar unas crisis compulsivas de consumo que remiten más y más a una dependencia de tipo infantil hacia los padres u otras figuras que le ofrezcan un vínculo similar.
Frente a esto muchas veces el entorno social o familiar del adicto apela a la insistencia, al exceso de explicaciones racionales que no está en condiciones de atender ni escuchar, ya que su conflicto está justamente con el otro, no puede relacionarse con él de manera regulada, el otro está demasiado idealizado o es muy invasivo, y de esto se defiende agrediendo o alejándose a través del consumo.
Todo se juega en un más-menos extremo. Esta es la vivencia misma del adicto, y es por eso que el consumo viene también a narcotizar el malestar, empobreciendo aún más, si cabe, los lazos sociales.
Desde el Psicoanálisis consideramos que el sujeto está dividido, dividido por la palabra, es un sujeto del inconsciente y por lo tanto la toxicomanía debe dejar de ser “su forma de nombrarse” para poder entrar una palabra que permita al sujeto resignificar su malestar, salirse de la posición en la que está cristalizado como adicto para encontrarse con sus posibilidades deseantes, con un discurso articulado desde su subjetividad, que le comprometa con un decir alternativo del cual pueda hacerse cargo.
Ese otro del adicto, invasivo o idealizado genera estragos en el sujeto, nunca van a ser suficientes las modalidades de corte con el entorno, que contradictoriamente lo dejan más y más expuesto a él, con un deterioro que lo lleva a una mayor dependencia al otro, y así se vuelve a repetir regularmente la secuencia corte, caída y retorno. Cómo hacer más “habitable” ese otro tiene que ser el objetivo, nada fácil por cierto, de un tratamiento que restituya al sujeto su dignidad de tal, a diferencia de la sustitución de objetos a consumir o la pertenencia a una grupalidad que fije al sujeto a su síntoma como forma de nombrarse socialmente bajo control.
En el lugar donde la adicción ha creado una relación con un otro donde no hay una demanda, una demanda de amor, sino que se materializa en el objeto-adictivo, que rompe el lazo social, es donde debe comenzar un
trabajo terapéutico que re-oriente al sujeto hacia el lazo social, un lazo social que regule la relación con el otro y por tanto mejore su vida cotidiana.