La muerte de la medusa

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Este verano en la playa, mientras leía, sucede algo que me distrae, cuando miro hacia el mar un joven tiene una medusa de tamaño considerable entre sus manos, la sostiene invertida, muy cerca de él, se encuentran tres chicos, dos chicas y un chico de entre 11 y 13 años, hermanos o primos por el parecido físico, se muestran muy interesados por la medusa, el joven se la entrega a la mayor de las chicas y se desentiende, desaparece de la escena.

Supongo que todos los adultos tenían el temor de que dejaran a la medusa en el agua, había cierto nerviosismo en todos los espectadores, de repente  aparece en escena, aunque siempre había estado ahí, el abuelo de los chicos que les da una orden concisa, no se cuál, porque les habló en ruso pero de forma inmediata salieron todos del agua, la mayor sosteniendo la medusa invertida y los otros detrás, a menos de un metro de mis pies el abuelo cava un pozo y le da otra orden, indicando con un gesto lo que tiene que hacer.

La chica, no tendría más de 13 años, se detiene, solo mira a la medusa, no se mueve, la sostiene con un gesto amoroso, por su joven rostro pasan ráfagas de curiosidad, ternura, tristeza, pero lo que me impactó fue la indecisión, la indecisión de arrojar a la medusa al fondo del pozo, realmente me resultó conmovedora la escena, la inmovilidad, la negativa corporal a arrojarla, solo el movimiento apenas perceptible de los hombros como si una mano invisible la empujara a hacerlo, el abuelo callado miraba, el chico le dice dos palabras, infiero que sería algo así como que la arrojara, no lo hace, sigue sosteniendo a la medusa con sus dos manos, como un ser precioso, la chica más pequeña a su lado también quieta, sigue la indecisión o la negativa no lo sé, no hubieron palabras ni lágrimas, solo recuerdo el aleteo de sus finas pestañas, el varón dice las mismas palabras, ella se vuelve y le entrega la medusa y se va, él tira la medusa al fondo del pozo y de forma rápida cubre el pozo con arena, cuando todos creíamos que había terminado, el chico viene de forma decidida y coloca una piedra a forma de lápida, no sé de dónde sacó esa piedra tan distinta a las piedras de la playa, la clava en la arena de forma vertical, ahí hay una tumba y de la misma forma a pasos enérgicos se dirige al mar donde ya estaban las chicas, al rato, media hora después, la menor se sienta de lado a escasos centímetros de la tumba, con las piernas estiradas sobre la arena y sus largos brazos apoyados en ellas, mira al frente, de repente veo que mira la piedra y retira la mirada rápidamente, gesto que repite varias veces, por momentos retiene la mirada en el túmulo de arena, está un rato ahí, sola, en silencio, de repente se levanta y se reúne con los otros en el agua siempre bajo la atenta mirada del abuelo.

Me parece una escena exquisita, donde tres chicos jovencísimos, púberes o apenas adolescentes, se enfrentan a la vida y a la muerte, a la responsabilidad en las decisiones, arrojarla era la muerte de la medusa, pero había que arrojarla, había que dar muerte a la medusa, pero era la vida lo que esa casi niña tenía en sus manos, la sostenía como un ser precioso, no como seguramente pensábamos todos los adultos algo que puede hacer daño, el varón ejecuta, hace lo que hay que hacer, entierra la medusa pero tiene ese gesto simbólico de poner una lápida, no hay crueldad en su acto, hay un respeto y un reconocimiento, nadie pisaría la tumba de la medusa, estaba señalada,  como todos los muertos tuvo la silenciosa compañía de un doliente, la más pequeña que cumplió ese rol, estuvo ahí, mirando de forma fugas hasta que pudo detener su mirada en la tumba, sin duda, a pesar de que hablamos de una medusa, los chicos son tocados en su ser por este episodio, hay gestos, palabras que acompañan el acto, acto que estuvo tutelado por la palabra de un adulto que dio la orden de lo que había que hacer, con la finura suficiente de esperar, el abuelo en ningún momento se mostró impaciente, no dio más ordenes, solo sostuvo su atenta mirada, estuvo ahí para orientar en silencio a estos chicos sobre algo tan crucial sobre el deber, las decisiones, lo que hay que hacer, aunque sea algo muy duro y sobre todo, que permitió una salida simbólica a través de los rituales, el enterramiento, la lápida, la respetuosa y silenciosa compañía al lado de la tumba, magnifica lección que creo no olvidaré.

 

Graciela Reolon