¡EL NIÑO NO PARA! (TDAH)

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El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, comúnmente conocido como TDAH, es un trastorno conductual de la persona caracterizado, como el propio nombre indica, por los síntomas de falta de atención, inquietud, hiperactividad e impulsividad del sujeto que lo padece. También se le ha denominado síndrome hipercinético o disfunción cerebral.
Con una prevalencia próxima al 5% de la población, afecta a 4:1 en la relación niño/niña igualándose en la edad adulta. Se ha especulado sobre factores genéticos y también ambientales, factores prenatales y perinatales, bajo peso al nacer, sufrimiento fetal, infecciones, el consumo de alcohol en el embarazo o el de nicotina o de aditivos en los alimentos entre otros. También se ha implicado a infecciones víricas. Se sabe que existe una afectación de los lóbulos frontales y también de los ganglios basales del cerebro.
El TDAH es normalmente diagnosticable durante la edad escolar a través del rendimiento académico y el comportamiento en el aula. No obstante, puede ser diagnosticado con anterioridad a la escolarización, alrededor de los tres años de edad, por la ob
servación de una conducta impulsiva, con inquietud así como en la rapidez en el habla y en el juego dentro del hogar y en la guardería. Los padres dicen la frase «el niño no para». Sin embargo, el TDAH puede manifestarse y detectarse en edades más avanzadas.

Para que haya indicios de TDAH, la inquietud y la impulsividad de la que hablamos deben constituirse como patrón conductual sostenible en el tiempo repercutiendo de este modo en inquietud, falta de atención, trastadas, excesivo movimiento, insomnio, baja autoestima, cierta hipersensibilidad a estímulos y, en última instancia, en problemas de comportamiento. Así pues, de cumplirse lo descrito anteriormente, los problemas que puedan derivarse del TDAH se hacen fácilmente extensibles a la esfera social del niño que lo padece, alterando en primer lugar su círculo de interacción más cercano, es decir, se produce un impacto en la dinámica familiar. Es en casa donde los padres detectan algo extraño. En la escuela, puede potencialmente generarse un rechazo por parte de los compañeros y una falta de comprensión por parte del profesorado acerca de cómo abordar el problema.

Esto puede verse acentuado si, como de normal sucede, la falta de atención y la hiperactividad desembocan en baja autoestima, escasa tolerancia a la frustración y la presencia de un cierto negativismo desafiante. En ocasiones, quien padece TDAH puede ser inoportunamente calificado como “travieso”, especialmente si la conducta va acompañada de bajo rendimiento académico.
El diagnóstico se basa en observar la propia conducta del niño, para lo cual resulta necesario recabar toda la información posible que pudieran facilitar al respecto tanto padres como personal del colegio. Es factible realizar algunos cuestionarios específicos de precisión a ambos grupos, familiares y profesorado, para lograr una precisión del alcance de la situación y de las circunstancias que la rodean. Y es que, no en todos los casos los patrones de conducta se presentan con la misma intensidad sin que por ello se abandone la posibilidad de que exista TDAH. En este sentido, puede predominar cualquiera de las características existiendo tres subtipos: con predominio del déficit de atención, con predominio de la hiperactividad o el tipo combinado.

Una vez realizado un correcto diagnóstico se procede al tratamiento. Para ello, en primer lugar debe descartarse la existencia de problemas neurólogicos. El tratamiento médico ulterior, consiste esencialmente de estimulantes: derivados anfetamínicos como el metilfenidato y derivados. Otra opción es la utilización de antidepresivos como la atomoxetina o incluso los tricíclicos.

Sin embargo, para el desarrollo óptimo y positivo del tratamiento, la prescripción médica debe ir ineludiblemente de la mano del apoyo familiar y escolar así como de terapia encaminada a los padres de tinte cognitivo conductual en la que se fomente la comunicación de los mismos con el niño y con el resto de personas de su entorno más inmediato.

En el adulto la patología puede detectarse en cuando no habido un diagnóstico exacto en la infancia. Aquí la prevalencia entre sexos se iguala, Y el tratamiento suele ser parecido siempre teniendo en cuenta la talla y el peso del paciente.

 

Dr. Miguel Verdeguer Dumont

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